martes, 22 de junio de 2010

Capítulo 2. Actores políticos

2. Actores políticos en Chile

Los actores son un elemento esencial de los procesos políticos ya que definen sus metas, desarrollo y resultados, por lo que cualquier análisis serio precisa detenerse a una revisión de los primeros, ya que éstos llevan al resultado final del objeto de estudio, el más importante de ellos será el papel de la clase media en el proceso referido.

Este capítulo se enfoca en los partícipes de la redemocratización chilena, por lo cual se divide en el estudio de la Iglesia, la cual tuvo gran incidencia en la efervescencia política previa al golpe de Estado contra Allende, pero a lo largo de la dictadura, cambió de posición. Además, se ahonda en el Partido Democracia Cristiana, que actuó mano a mano con el Ejército antes del golpe de Estado de 1973 y posteriormente quedó recluida del acontecer chileno por la Junta militar que gobernaba el país.

En Chile, el proceso de democratización dependió de factores endógenos y exógenos,1 los cuales fueron representados por la defensa directa de los intereses de las potencias.
“En los procesos de democratización, cuando se rompen las ataduras y se hacen trizas el proyecto negativo de la dictadura frente a la cultura, y cuando se establece la libertad creativa y de expresión, pareciera vivirse una nueva paradoja. [La cual consiste en] fundar una cultura propia a partir de elementos ajenos”2.

Los más importantes y claros ejemplos fueron la manera de manejar los partidos políticos y la división social producto del capitalismo creado y llevado a cabo por Europa, Estados Unidos y Japón.

Sin embargo, hubo otras maneras para dejar una marca en la política y la toma de decisiones chilenas, en especial dentro de los poderes fácticos, que, como su nombre lo indica, son poderes de hecho. No existe una legislación ni un documento que les dote de autoridad para incidir en las políticas nacionales, pero lo hacen, y determinan el rumbo de cada país como los intereses económicos de las burguesías nacionales y extranjeras y la Iglesia católica en los países latinoamericanos.

3.1. La Iglesia
A pesar de declarar en varias ocasiones un explícito y gran apoyo hacia la destitución de Allende, la Iglesia no tardó más que unos meses en retractarse e intentar rectificar su error. La violación de los derechos humanos por parte de Pinochet, conocido por su profunda devoción católica, llegó incluso a tocar a la jerarquía católica local.

El Arzobispo Raúl Silva Henríquez, quien, en un principio, fuera uno de los más arduos promotores del golpe de Estado, expresó dos días después del golpe sus reservas acerca de la legitimidad de las acciones de las Fuerzas Armadas.3

Además, el jerarca católico canceló su servicio multiecuménico, el Te Deum, tradicionalmente celebrado el 18 de septiembre, en la Catedral de Santiago para conmemorar el Día de la Independencia, y lo reemplazó por una ceremonia más sencilla, en un inmueble más pequeño. En ese entonces, su petición fue que “una luz brille eternamente sobre nuestros soldados y civiles... en la noble, difícil y dolorosa tarea de corregir nuestros errores”4.

Para el 27 de septiembre de 1973, personal de la Fuerza Aérea irrumpió en la casa del Arzobispo Silva Henríquez, como represalia a las declaraciones de 13 de septiembre del mismo año.

Del 11 al 27 de septiembre de 1973, seis sacerdotes murieron a manos de los agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), agencia especializada para guardar el orden durante el régimen disuelta en agosto de 19775. Unos 50 religiosos más fueron detenidos en los primeros meses después del golpe de Estado, a manera de advertencia y formaron parte de la lista de los mil 500 muertos en el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) realizado en 1974, todos ellos entre el 11 de septiembre de 1973 y enero de 1974. Cabe remarcar que el documento señala que sólo 80 de los mil 500 decesos fueron de militares.

En total, a finales de 1973 y principios de 1974, detenciones y expulsiones de sacerdotes, allanamientos de iglesias, muerte y tortura de sacerdotes y dirigentes laicos, así como incendios de capillas de sectores populares, se convirtieron en prácticas recurrentes.

Para 1976, el Comité Pro Paz fue reemplazado por la Vicaría de la Solidaridad, una organización de defensa de los derechos humanos creada por el arzobispado de Santiago. Este mismo comité creó la Radio Chilena, la cual asesoraba a los pobres, entre otras actividades “subersivas”, por lo que se persiguió a sus colaboradores así como en la Iglesia en general entre 1977 y octubre de 1985, cuando se alcanzó la cúspide de la persecución hacia los individuos eclesiásticos. En ese año, un trabajador de la Vicaría, José Manuel Parada, fue degollado junto con dos compañeros de trabajo.

No sólo había persecución dentro de Chile, en agosto de 1976, tres obispos chilenos fueron detenidos al comienzo de la Conferencia de Obispos Latinoamericanos en Riobamba, Ecuador. En su regreso a Chile, un grupo de civiles, más tarde identificados como agentes de la DINA, los atacaron en el aeropuerto.

Además de la Iglesia católica, otras fes sufrieron esta persecución. El Obispo de la Iglesia Metodista, Isaías Gutiérrez, también miembro del Consejo de la Fundación de Asistencia Social de Iglesias Cristianas (FASIC), representaba una posición minoritaria dentro de su congregación. Sin embargo, tras una publicación en enero de 1984 que abordaba una declaración que condenó la violencia, un jardín infantil de la Iglesia metodista fue incendiado en Peñaloén, donde Gutiérrez asistía pastoralmente a presos políticos, también recibió amenazas, hasta su inminente salida de Chile.

La ola de represiones desatadas hacia los representantes de la espiritualidad por parte del gobierno de Pinochet resulta interesante ya que era, como se mencionó en párrafos anteriores, conocido por su profundo arraigo en la religión católica, siempre destacó su devoción hacía los símbolos religiosos y la importancia que, consideraba, la espiritualidad debía tener en el día a día de la vida de los chilenos.


2.2. Partidos políticos

En este apartado, se analizarán las agrupaciones políticas que más incidieron en el golpe y sobrevivieron la censura durante la dictadura y que despertaron a finales de la década de 1980 para lograr un papel relevante en el proceso de transición democrática de Chile.

Desde su creación, el Partido Radical (PR) adoptó las banderas de igualdad y horizontalidad: “ser radical es ser chileno”; y mantener una estrecha relación entre el desarrollo del partido y la historia moderna de Chile.

De acuerdo con su manifiesto, para aspirar a ser militante del partido es preciso poseer ciertas cualidades fundamentales: a) espíritu abierto: b) ser democrático; c) ser progresista; d) no sectario; e) contar con una tendencia universal; f) una filosofía propia de la vida.
En realidad, en las entrañas del partido y de sus dirigentes; los “ilustrados” veían a los obreros como mera carne de cañón y seres irracionales y carentes de capacidad para desenvolverse en la arena política. El sector obrero, en resumen era “una masa, [una] fuerza electoral importante que precisa del control y beneplacencia [sic] de la clase media ilustrada.”6

Contrario a las características presentadas en el “perfil del militante”, los radicales han sido sumamente sectarios, el partido comenzó como un ejercicio de adolescentes que lo utilizaron como trampolín para entrar a la arena política de Chile. De 1930 a la década de 1950, el partido que representaba al centro de la política chilena era el Radical. Por otro lado, a partir del principio del siglo XX, la clase media, se convirtió en un termómetro político y fue proveedor de las estructuras, la fuerza y los cuadros que conformaron al, que alguna vez fuera el partido más fuerte de Chile en el siglo XX.7

“El Liceo [bachillerato o preparatoria en México] era el centro de atracción de la clase media y la acción precisamente del espíritu radical y su gran triunfo fue introducir la educación laica, cuyo resultado fue que la escuela nos formó en un espíritu de clase media [ilustrada] con sentido de libertad, no apegada a dogmas, sobre todo a dogmas de tipo religioso”8


En la primera mitad del siglo XX, hubo tres presidentes radicales: Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla. Todos ellos lograron su triunfo electoral gracias a alianzas estratégicas para el partido de la clase media que convirtió a Chile en un Estado docente.9

Para 1938, Pedro Aguirre Cerda creó la Unidad Popular (UP)10. En 1946, hubo una enorme fractura dentro del partido. Esta división tuvo lugar en un contexto en el que los radicales de izquierda percibieron un “aburguesamiento”11 del partido e iniciaron una migración hacia las diferentes fuerzas políticas que existían en aquel entonces. Alfredo Duhalde migró hacia el Partido Democrático y desafió al oficialista radical Gabriel González Videla. Entre 1930 y 1950, el PR representaba al centro de la política chilena.

Para 1970 a la lista de los presidentes apoyados por el Partido se sumaron Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) y Frei Montalva (1964-1970), el último, demócrata cristiano respaldado por una derecha temerosa y acorralada ante el socialismo de Allende, así como de la Unidad Popular, la cual abanderó para las presidenciales de ese año.

Entre 1973 y 1988, el Partido se dividió en dos corrientes: la del exilio, encabezada por Anselmo Sule, y la que formó parte de la Alianza de Partidos que derrocó a Pinochet en el Plebiscito de 1988.

En lo que analistas como Larissa Lomnitz, Ana García Melnick, René Villegas y Brian Loveman coinciden es que el nepotismo acabó con el partido. La debacle más grande de éste fue resultado de de la justificación del amiguismo y el compadrazgo que terminaron por invadirlo y debilitarlo.

“A mediados del siglo XX, las oligarquías comienzan a desplazar por los sectores medios, que formaban una espesa red que a través del PR y las logias.”12 Es decir que la clase media, que en un principio formaba parte de los cuadros ideológicos y estructurales del partido, fue desplazada por una nueva cúpula política con los mismos vicios de cualquier otra.

Para 1988, en el umbral de la selección de candidatos para las elecciones de 1989, el PR propuso a Enrique Silva Cimma como candidato, aunque ante las circunstancias y las exiguas oportunidades de ganar, el abanderado radical declinó a favor del demócrata cristiano Patricio Aylwin Alcózar.

En cuanto a los comicios legislativos y presidenciales, si bien, el partido formó parte de la Concertación de Partidos por la Democracia, que derrocó al régimen en las elecciones presidenciales y legislativas de 1989, se perdía entre los 17 partidos que la formaban y los candidatos independientes que también estaban involucrados, sin haber ganado siquiera un escaño en el Congreso.13

Es decir, de camino al Plebiscito de 1988, sus militantes se vieron a sí mismos como el último vagón de la Concertación y declararon que la alianza con la Democracia Cristiana (DC) fue administrativa y funcional, mas no política. A pesar de los resultados en las urnas, los radicales se aferran a un pasado glorioso y creen que “la cultura radical no va a desaparecer, porque es la de la clase media”.14


2.2.2. El Partido Demócrata Cristiano

El Partido Demócrata Cristiano, al igual que el Partido Radical, encontró sus orígenes y sus primeros cuadros en el sector educativo, jóvenes estudiantes aludían a la colaboración de ambas clases (proletariado y burguesía) por el bien común; también analizaron la filtración de ideas socialistas en las clases obreras e intentaron darle una

“solución católica (…) Afirmaban que las pésimas condiciones de vida de los trabajadores se debían a la ideología individualista y no a la estructura económica social determinada por la propiedad de la tierra y de los medios de producción.”15

Estos jóvenes, quienes se conformaron la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC) tuvieron como antecedente la Generación del 48, un grupo de oligarcas, quienes conformaban una élite intelectual católica con ideas básicas del Rerum Novarum de León XIII:

“1) apreciación de la situación de los trabajadores como un problema social; 2) reconocimiento de la ideología individualista del capitalismo como causa principal del problema; 3) reafirmación del derecho a la propiedad privada de la tierra y los medios de producción; 4) rechazo de la lucha de clases; y 5) tener como propuesta una política de conciliación entre el capital y el trabajo, cumpliendo tanto la Iglesia como el Estado el rol de arbitrar y prescribir los deberes tanto de los capitalistas como de los trabajadores.”16


En la ANEC sobresalieron nombres de enorme relevancia en la arena política chilena, como Eduardo Frei Montalva17, Bernardo Leighton18, Radomiro Tomic19, Jaime Eyzaguirre20, Tomás Reyes21, Julio Philippi22, y el sacerdote Eduardo Hamilton, todos egresados de la Universidad Católica. Por otro lado, los jóvenes falangistas sostenían


“algunos puntos de convergencia (…) [fueron] el reconocimiento de la autoridad papal, de los postulados de la constitución y de la Iglesia católica y, sobre todo la propuesta de la no violencia para resolver los conflictos sociales; los principios de la ley, orden y jerarquía.”23


La democracia cristiana también se inspiró en la Falange Nacional, que como la ANEC, fue la iniciativa de jóvenes que pretendían involucrarse en la política y posteriormente hacer carrera en ella. La diferencia entre ambos grupos radica en que la Falange estaba más apegada al fascismo y al franquismo y terminó incorporándose a las filas del Partido Conservador.

Sin embargo, esta última agrupación política y la Falange Nacional se unieron en 1957 con facciones ibañistas y crearon la base para el actual Partido Demócrata Cristiano (PDC) -la fuerza política más importante de Chile organizadora de la transición democrática que sacó a Pinochet del Palacio de la Moneda.

Al igual que cualquier actor político, el Partido precisaba de un voto duro para tener una razón de ser y una manera de legitimar su existencia. La base de la democracia cristiana encontró estos votos en las capas medias de la sociedad chilena.

Su crecimiento también fue resultado de la industrialización de todo el Hemisferio con base en las recomentaciones de la CEPAL de la ONU. Al igual que toda reestructuración económica, el proceso de industrialización en Chile trajo un ajuste en las bases sociales del país, a través de la implantación del Modelo de Desarrollo por Sustitución de Importaciones, que dio pie a la migración rural a las ciudades. Esta transferencia de mano de obra incidió en la expansión de una clase media citadina e ilustrada.

En este sentido, la Democracia Cristiana trabajó hasta convertirse en la forma de expresión de las clases medias, consolidando la etapa en la que la democracia cristiana era el partido más poderoso de Chile, aunque no fue suficiente.

A pesar de contar con ciertos eventos que concernían a los militantes del partido, éste tuvo un receso que comenzó en 1973 y culminó con su disolución en 1977 (capítulo 1), se rehusó a aliarse con las fuerzas de la izquierda en contra de la dictadura ya que, según sus líderes, buscaba una salida de centro-derecha. “El partido tenía cada vez menos que ofrecer a sus ‘amigos’ de la derecha moderada.”24

En el partido, hubo tres tendencias a nivel directivo: 1) quienes dieron su apoyo al golpe ante los errores cometidos por Salvador Allende; 2) el sector que consideró el golpe como el menor de los males; 3) a quienes les remordía la conciencia y veían la “solución” alcanzada con aprehensión y sentimientos de culpa. Cuando el partido fue imposibilitado a participar ampliamente en la arena política, los directivos decidieron ejercer

“una apreciación crítica más que coincidente. (...) En un consejo general del partido, realizado en abril de 1975, la mayoría (68.2%) aprobó la línea de activa independencia crítica, mientras que sólo un 9.1% se mostró a favor de una oposición abierta; un no despreciable 28.8% estuvo a favor de una colaboración crítica y un 4.6% se manifestó por una colaboración plena”.25



La DC estaba dispuesta a trabajar conjuntamente con el régimen y éste le desairó retirando propaganda del gobierno de los medios de comunicación del partido cercándole por medio de ataduras presupuestales. “La radio 'Balmaceda' de la DC fue censurada y cerrada varias veces al igual que su órgano de prensa, el diario 'La Prensa', el cual dejó de publicarse en febrero de 1974 por 'problemas de financiamiento'”26.

Bajo estas circunstancias, se creó el “grupo de los 10”, formado por políticos antiizquierda, quienes apoyaron al régimen los primeros 18 meses y se opusieron a éste a partir de 1975, tras la purgación de la burocracia, los despidos políticos y los bajos salarios que los funcionarios ajenos a la Junta percibían. Estos repentinos opositores retomaron redes laborales y civiles: en resumen, los vestigios de las redes sindicales y “esto deriva en un progresivo aumento de la protesta laboral en los años 1977-1978, pese a que las manifestaciones y huelgas [seguían] estando prohibidas”27.

Hubo un alto incremento de la represión a los líderes del PDC lo que ganó la simpatía de la Coordinadora Nacional Sindical y sus afiliados comunistas y socialistas cuyo primer dirigente era Manuel Bustos. “Esa necesidad y deseo de mayor solidaridad entre los grupos sindicales comenzó, finalmente, a romper el cerco de la desconfianza de la DC frente a la izquierda marxista al menos a nivel sindical.”28

En 1980, se realizó un Consejo General del Partido en el que se dieron conclusiones a nivel organizativo que marcaron el camino del, ya desvanecido, partido y de la oposición en general.
Las medidas tomadas después abarcaron: 1) bajo nivel de acción a nivel corporativo; 2) poca actividad en las bases; y 3) poco o nulo apoyo a las masas. Por otro lado, el sector grande que aún apoyaba la dictadura sufrió una debacle ya que con el Plebiscito de 1980 el partido sufrió un renacimiento político y se consolidó como líder de la oposición.

Cuando ganó el Sí en el Plebiscito de 198029, fue inevitable el preguntarse si este hecho se debía a la capacidad organizativa de Pinochet o si fue la coercitiva sobre la psique de un pueblo temeroso y, de alguna forma, paranoico después de siete años en que la única certidumbre que se tenía era que, al mantener la boca cerrada, ni la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), ni ningún aparato estatal se metía en la vida del ciudadano común.

Debido a que el futuro de la Junta militar a la cabeza de Chile dependía del voto popular en el plebiscito de 1980, se precisaba de una confirmación del control que aún debía ejercer el Estado en la mente de los chilenos. Y así fue, por lo que el PDC se inclinó hacia el realismo y político y comenzó la acción de penetración en universidades e industrias.30

“Esa necesidad y deseo de mayor solidaridad entre los grupos sindicales comenzó finalmente a romper el cerco de la desconfianza de la DC frente a la izquierda marxista al menos a nivel sindical”.31


La tarea no fue fácil ya que, a los ojos de la mayoría de la población, los demócratas cristianos no tenían identidad, ya que se negaban a formar parte de la derecha, pero sus orígenes, sus militantes, sus propuestas económicas, así como su cordón umbilical con la Iglesia católica, demostraban lo contrario.

“La gente es súper cerrada; no le gusta aumentar los miembros del partido. Tiene temor a que entren los ‘frescos’ [aprovechados], a que siempre haya una diferencia entre los que son antiguos y los que son los nuevos (...). El partido ha hecho algunas campañas de reclutamiento de gente; por ejemplo cuando se inscribieron los partidos legales [después del gobierno militar]; ahí se hizo una campaña de filiación, pero el demócrata-cristiano no salió a reclutar entre sus vecinos, amigos, parientes, conocidos, que le han inspirado confianza, tal vez a la salida de la Iglesia”32


También cabía destacar en la estructura del partido que,

“de acuerdo con la hipótesis sobre la cultura políticachilena, la jerarquía (o liderazgo) sería un elemento conflictivo para el crecimiento de los grupos
horizontales (los partidos). El resultado de esta dinámica sería el ‘fraccionalismo’, como mecanismo que limita el crecimiento de estructuras jerárquicas e impide la consolidación de un liderato personalista, excepto el liderato legítimo y sujeto a la crítica del presidente de la república. Las facciones resultantes generalmente están integradas por un número pequeño de personas, que representan un grupo de amigos pertenecientes a las capas dirigentes de los partidos”33


Por esta razón, tanto el Partido Radical como la Democracia Cristiana, pasando por todos las demás agrupaciones que formaron parte de la Concertación de Partidos por la Democracia en 198834 -que finalmente logró consolidar una oposición real, tangible y capaz de convencer a la sociedad de salir a votar-, no representaban al sector educativo en su totalidad, ni a las universidades, ni a los obreros, ni a las agrupaciones de la sociedad civil, etc.; sólo a un grupo reducido y selecto de miembros, quienes lograron, a través de malabarismos políticos, acomodar las demandas del resto del pueblo en sus plataformas políticas.

Por lo general, estos partidos están inmersos en una identidad clasista que genera una otredad vis-à-vis los demás grupos sociales, económicos e ideológicos. Pueden negociar con éstos pero jamás estarán de acuerdo, a no ser por situaciones tan extremas como el Chile en la víspera del plebiscito de 1988.


2.3. La clase media

En el este apartado, se abordará la clase media. Comenzaremos delimitando a este sector por medio de la conceptualización general de ésta. Posteriormente, se estudiará dentro de la situación que delimita esta investigación: los años en los que tuvo lugar la dictadura pinochetista.

Finalmente, se darán las conclusiones a las que se llegó: la clase media fue un bastión electoral –no político- que si bien contribuyó en el cambio de régimen chileno, a través de una inigualable fuerza electoral, no fue la base ni la verdadera impulsora que llevó a éste.

La clase media chilena, al igual que en el resto de América Latina, es una clase en peligro de extinción dado el proceso de polarización producto de la llegada de los tecnócratas al poder (los Chicago boys en el caso chileno) y la consecuente implantación de políticas neoliberales.

“Una de las características históricamente más sobresalientes de América Latina ha sido la elevada inequidad de la distribución del ingreso, así como su rigidez al cambio en la estructura distributiva. Esta desigualdad no solamente excede la de otras regiones del mundo, sino que además permaneció sin modificaciones sustanciales durante la década de 1990 e incluso empeoró en el inicio de la presente década”35.


Según estudios de la Comisión Económica para América Latina y Caribe (CEPAL), y tal como se indica en la cita anterior, la polarización social y la inequidad económica han aumentado principalmente desde la segunda mitad de los 80.

En Chile, 1990, año clave de la transición democrática, el ingreso promedio per cápita, calculado a partir de la distribución del ingreso per cápita de las personas del conjunto del país, fue de 9.4.

(Tabla 1).

En este contexto, es importante destacar que el 10 por ciento más rico de la población poseía 40 por ciento de los recursos mientras que el 40 por ciento más pobre sólo el tenía 13.6 por ciento del total de la riqueza chilena. Uno de los medidores de polarización social utilizados en el estudio que se está usando como referencia, es el acceso a oportunidades educacionales y laborales.

“Los ingresos laborales, particularmente los salarios, constituyen la principal fuente de ingresos de los hogares y, por lo tanto, son un elemento preponderante en la configuración de la desigualdad distributiva en la región. Entre los factores que determinan el nivel de los salarios, la educación sigue siendo el más importante. Precisamente por ello, la mayor parte de la concentración de los ingresos salariales proviene de las diferencias educacionales de la población, tanto por la disparidad en los años de escolaridad como por el rendimiento económico de cada año adicional de estudio.”36


También estos números sirven para ilustrar el contexto bajo el cual se desarrolló la transición democrática y sus efectos a corto plazo, y a la vez, definir de manera tangible y teórica nuestro objeto de estudio. Durante la dictadura pinochetista, la clase media fue víctima de polarizaciones, comenzando por las ya aludidas protestas callejeras:

“la primera [protesta] contó con un respaldo de los sectores medios y medio-altos y sus expresiones fueron principalmente el ruido de cacerolas y bocinazos (…) la fuerza de la represión provocó la muerte de dos personas, 50 heridos y trescientos detenidos”37.

Este mismo sector de la sociedad fue el que más jóvenes perdió y la que sigue sufriendo la apertura económica. “La sociedad chilena tenía ya una alianza, un sentido de comunidad y una sociedad civil débiles, lo que contribuyó a que el gobierno agotara las fuentes de represión”.38


2.3.1. Conceptualización

Dentro de una línea marxista, la clase media es la que está entre obreros y burgueses. No tiene las riquezas de unos, ni las inquietudes ni la ira de otros, es un sector que se aparta de la lucha de clases.

La clase media no alberga a los obreros, y sus miembros jamás se asimilarán como tales, ya que quienes forman parte de la primera mantienen un nivel económico y educacional (por lo general) les acerca más a las élites, aunque no necesariamente las alcanzan.

Por otro lado, en la cuestión social, se aísla. La mayoría trata de aspirar a algo mejor y adoptar modos de vida, marcas, costumbres, etc. de las élites, sabiendo de antemano que es casi imposible alcanzar las expectativas que tienen de llegar al estatus socio-económico de éstas.39

Actualmente, sería arcaico limitarse a estudiar una sociedad haciendo tres simples divisiones. Sin embargo, dicha esquematización puede utilizarse como referencia. Sociólogos como R. Erikson y J. Goldthorpe, de CEPAL, han hecho estudios que igualmente pueden ser usados como referencia para complementar el desarrollo de una investigación de índole social, los cuales se plasman en la Tabla 2.

Cuadro 2: Esquema de clases según la clasificación de R. Erikson y J. Goldthorpe

Esta clasificación propone una agrupación que, en su forma desagregada, diferencia 11 clases sociales, que pueden ser agrupadas, conforme los propósitos del análisis, hasta distinguir tan sólo tres grandes categorías. Para llegar a la filtración que tiene como resultado las tres categorías principales, se tomarán ocho categorías o clases sociales que permiten una adecuada descripción, al menos inicial, de la clase media que será el sujeto de estudio.

La propuesta de la clase media a estudiar (sobre todo la que aparentemente influyó enormemente en la culminación de la dictadura y la llegada de la democracia en Chile a finales de los 80) está ilustrada en el siguiente cuadro:

Tabla 3: Esquema de ocho clases adaptado de la clasificación de R. Erikson y J. Goldthorpe

Como referencia, y para ilustrar con mayor claridad el caso a analizar, se usan categorías que, a su vez, fueron adaptadas para este trabajo. Primero hay que tomar en cuenta que la “clase de servicio” se divide en dos: élites y clase media alta; las élites son formadas por las primeras categorías, es decir: Directivos, administradores, profesionales altos y propietarios de grandes empresas; al mismo tiempo, se incluyen altos mandos políticos y militares.

La siguiente categoría corresponde a la clase media e incluye a los propietarios de las medianas empresas, profesionales medianos y bajos, técnicos superiores, supervisores de trabajadores no manuales y administradores de empresas pequeñas, trabajadores no manuales en administración, ventas y servicios, propietarios empresas chicas (menos de 10 trabajadores) no agrícolas y a trabajadores por cuenta propia.

Finalmente, tenemos a la clase baja que consta del resto: técnicos bajos, supervisores de trabajadores manuales y trabajadores manuales cualificados, trabajadores manuales semi y no cualificados, pequeños propietarios agrícolas, trabajadores y peones agrícolas. Por lo que la tabla en la que se basaría esta investigación queda de la siguiente manera:

Tabla 4: Clasificación final de las clases sociales en la sociedad chilena de 1970 a 1990

La identidad que emana desde el fenotipo, se confirma a través de costumbres y hábitos adquiridos en procesos de confirmación y asimilación en una clase, que igual cambia de nombre como de posición en las pirámides sociales dentro de las diferentes etapas de la sociedad capitalista.


“Las clases sociales están compuestas y mezcladas, con grupos sociales de base racial, étnica, religiosa, lingüística, cultural y regional, entre otras características. Si bien los campesinos, mineros y obreros son en su gran mayoría indios, mestizos, negros y mulatos (entre otros), ello no quiere decir que clase y etnia se recubran totalmente. Es innegable que no todos los grupos se disuelven en este proceso, aunque las clases sociales tienden a subsumir a los diferentes grupos”41.


En este sentido, la clase media chilena es singular, voluble y volátil, al igual que lo fue en la dictadura. A pesar del descontento social (que en realidad era económico) reflejado en 1983, para 1986, en el reajuste de la economía y el “segundo milagro chileno”, el cual fue posible gracias a la intervención de los Chicago boys en la economía, liderado por Hernán Büchi (candidato oficialista para la presidencia en las elecciones de 1989), la clase media estaba más tranquila y no se inquietaba por las mismas cosas.

Por ejemplo, en 1986, el temor de una eventual caída de sueldos y salarios preocupaba principalmente a las clases bajas y medias (ver Cuadro 5). Fenómeno se que se repitió refiriéndose a varios temores más, como el aumento del costo de vida -y en menor grado el del aumento de cesantía. Sin embargo, la escasez de vivienda no fue tan relevante para la clase media, según las cifras netas de la encuesta NED 1 de 1986.42

Igualmente, una encuesta comparativa realizada en 1987 (Tabla 5) demuestra que, a mayor ingreso, menor era la renuencia a cambiar de modelo económico y una tácita defensa al régimen que lo instauró. Estas medidas fueron realizadas con el porcentaje de individuos que poseían servicio doméstico, automóvil, teléfono o televisión en color para cada opinión manifestada (cabe remarcar que en 1987, si bien la televisión a color no era nueva, tampoco era tan común en los hogares de América Latina).

La muestra se hace con una pregunta: “¿Cuánta influencia considera que deben de tener los sindicatos en el acontecer nacional?”

Tabla 5: “Influencia que deberían tener los sindicatos”. Porcentajes que poseen

A través del muestreo presentado en la Tabla 5, se puede observar en que, conforme crece el ingreso, se refuerza el nivel educativo y la confianza de opinar y como consecuencia el hacer válido el punto de vista sobre otros sectores43.

Otra encuesta realizada en 1987 demuestra que “84,8% de los chilenos cre[ía] que exist[ía] una diferencia tan radical entre dos barrios de Santiago que les hac[ía] parecer dos países diferentes”44.

Lo más importante de este estudio es que se comprobó que más de la mitad del total de los chilenos encuestados (788) creía que la dictadura había agravado los aspectos de bienestar económico, libertad política, seguridad personal, moralidad, imagen internacional y felicidad, contra menos del 20 por ciento (con una media de 9.6) que creía que su vida había mejorado en dichos elementos comparándolos con “antes de la dictadura”. Estas mismas personas declararon que creían que la democracia ayudaría a resolver sus problemas con mayor eficacia que el régimen45.

Ante este descontento y con Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del ex Presdiente Eduardo Frei Montalva, a la cabeza, el proceso de consolidación de una aparente hegemonía mesocrática pudo ser posible. La mesocracia -la forma de gobierno en que la clase media ostenta el poder- encuentra sus raíces etimológicas dos conceptos básicos para la comprensión (y aprehensión) de las revoluciones y movimientos sociales y políticos de la región.

Sin embargo, lejos de ser desplazadas, para lograr sobrevivir, las clases dominantes abren espacio para unos cuantos clasemedieros que traerían sangre y caras nuevas, así como un tinte de legitimidad a la estancia de las élites en el poder (tal y como se vio en la formación y desarrollo de los partidos, especialmente en los casos del Partido Radical y Democracia Cristiana).

Al ser asimilados en el grupo social, la gente de los sectores medios intenta entrelazar sus orígenes con la adopción de una nueva (y superior) clase social que les ofrece un deslumbrante porvenir y que les deja ver que finalmente han llegado al lugar que creen merecer dentro de la pirámide social.

En el caso de la clase media chilena, podemos observar a lo largo de su breve historia que su comportamiento típico es una reacción hacia temores y limitaciones que reinan en ella. Este sector es un actor político en constantemente estado defensivo, por lo que las “propuestas” que llega a vislumbrar son, en realidad, pasos para dar continuidad a procesos ya iniciados. De esta manera, el mismo sector asegura su propia sobrevivencia, y a la vez, un status quo que le permita seguir siendo partícipe en la toma de decisiones, aunque sea de manera limitada.


2.3.2. La clase media en la redemocratización chilena

La tendencia del voto en Chile fue influenciada en gran medida por dos factores: la situación geográfica y el género. En la sección siguiente se hará hincapié en éstos para lograr comprender los resultados finales de las elecciones presidenciales de 1989.

La Tabla 6 analiza la distribución urbana y rural de los chilenos, dividida por edad y género en 1985, cuando, como se ha mencionado anteriormente, se gestaba descontento de la sociedad civil que desembocaría en la realización del plebiscito de 1988 y los posteriores comicios presidenciales.

El mismo elemento expone la población estimada en Chile en una distribución urbana y rural por rango de grupos y a la vez, ilustra el total de la población referida en la significación numérica de Torche y Wormald46 haciendo más clara la categorización de clases que se ha desarrollado en este capítulo, sin limitarse a la población económicamente activa en el periodo que esta investigación abarca.

También se hace referencia al género. En este sentido, el voto de las mujeres, tanto en el plebiscito de 1988, como en las elecciones presidenciales de 1989 fue más conservador, y a su vez, resultó en un mayor balance en la distribución del poder fáctico tanto a la hora de redactar la nueva Constitución (el plebiscito para aprobarla fue realizado en mayo de 1989) como a la de la transición democrática per se.

Tabla 6: Población estimada en Chile, 30 de junio de 1985. Distribución urbana y rural grupos. Grupos de edad por género.

En las elecciones presidenciales de 1989, como se indica en la Tabla anterior, las mujeres representaban 52.2% del total del electorado contra 47.8 puntos que representaban los hombres. Del total de las mujeres, 51.5 por ciento, votó por el candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia, Patricio Aylwin, es decir, 25.78% del electorado total.

En tanto, 32.5% votó por el candidato oficialista, líder de los Chicago boys, Hernán Büchi47 y 15.8 puntos por el conservador Erázurriz, que si bien no representaba al partido oficialista, sí formaba parte de la misma ideología política. Al hacer cuentas, 48.3% de las mujeres no concordaba con la oposición, asimismo, 25.1% del total de los votantes, estaba de acuerdo con las políticas económicas de la junta y no tenía reparo en continuarlas48.

Por otro lado, como se ha referido en el párrafo anterior, los hombres representaron 47.8% del electorado de 1989. De los cuales, 59%, o sea, 27.7% del electorado total, votó por la Concertación, que representaba la oposición al régimen encabezada por Aylwin, mientras 26 puntos se inclinó por Hernán Büchi y un sorpresivo 14.9 por Errázurriz. En total, 40.9 por ciento del voto masculino no apoyaba a la Concertación; una diferencia de 7.4 puntos porcentuales comparado con las mujeres49.

De acuerdo con los números expuestos, se confirman los datos oficiales en los que se resumen los resultados globales de las elecciones de la siguiente manera: Aylwin triunfó en la primera vuelta con más de la mitad del total del voto (55.2 puntos), mientras que el candidato oficialista quedó en segundo lugar con 44.8 por ciento.

La influencia de la Junta está aún representada en la composición del congreso y de manera más perceptible en la renuencia a llevar a cabo juicios políticos a los responsables de las masacres cometidas durante la dictadura, la anterior no sólo es un capricho, fue parte de los acuerdos entre las élites a la hora de realizar la constitución: un elemento clave que nos ayuda a demostrar que la clase media de 1989 poco tuvo que ver en la democratización de Chile.

La Tabla 6 también nos sirve para llegar a otro punto clave en el proceso de transición democrática y plasmar con datos duros el verdadero papel de la clase media.

¿Dónde se ubicaban los votantes? Siguiendo el patrón que Chile ha tenido durante toda su historia, la gente vota por un partido, no por un candidato. Por lo tanto, para ubicar geográficamente a los votantes, podemos recurrir a los resultados finales de las votaciones en el congreso.

De un total de 118 curules, 71 fueron para la Concertación de Partidos por la Democracia (encabezada por el Partido Demócrata Cristiano), 3 para la unión del Partido Amplio de la Izquierda Socialista con el Partido Radical Social Demócrata (PAIS/PRSD), y 46 para el oficialista Democracia y Progreso: los cuales sumaron 60, 2.5 y 39.3 por ciento.50 Caviedes muestra cómo las diferencias en preferencias electorales de las regiones rurales vs. las regiones urbanas51.

La Concertación tuvo un estremecedor triunfo en las regiones en 11 regiones urbanas, industriales y mineras: Atacama (norte), O'Higgins (centro) y Magallanes (sur), donde obtuvo 60 por ciento o más de los votos y de 54 a 57.9 puntos porcentuales en Aysén (sur), Bio-Bio (centro-sur), Maule, (centro), la Región Metropolitana del Gran Santiago (centro) y Antofagasta (norte)52.

Por otro lado, los oficialistas triunfaron en distritos como Iquique, Arica (ambos en el norte), San Felipe-Los Andes (centro), Linares-San Carlos, Villarica-Loncoche (centro-sur),53 los cuales son clasificados como rurales. Aunque la victoria de los oficialistas no alcanzó a rebasar 60 por ciento como sucedió en algunos casos con la Concertación (de 44.1 a 54 por ciento, su mayor porcentaje) concierne a más de la mitad de los votantes chilenos.

Si se toma en cuenta que, según estudios de la CEPAL y autores ya citados como Garretón, Arriagada, Atria, Maira, entre otros, la clase media en Chile es principalmente urbana, podemos concluir que su participación en el plebiscito de 1988 y las subsecuentes elecciones presidenciales de 1989, influyeron en el proceso de redemocratización de Chile, ya que su voto legitimó la llegada de la Concertación al poder y el liderazgo de la Democracia Cristiana.

Sin embargo, la Concertación siempre actuó con las manos atadas:
“The prospect that, at any moment, the military might again interfere with politics introduced an element of uncertainty and resignation into the campaign that could not be ignored”54.

Por lo tanto, el plebiscito de 1988 se puede catalogar como un voto masivo e incertero. Previamente a éste, nunca se hicieron saber los acuerdos claves, y secretos, por medio de los cuales la Concertación logró el permiso de la Junta para organizar las elecciones presidenciales55 ni los cambios a la Constitución que certificaban que la Junta seguiría teniendo una enorme incidencia en la agenda política del país.

Por otro lado, la recuperación económica tuvo como consecuencia una verdadera paz social, que irónicamente para el régimen, se dio en medio de una simbiosis con el renacimiento de la oposición. Al respecto, cabe remarcar la importancia de la economía sobre el acontecer político:

“The crisis of confidence that befell the military rulers after 1981 offered the partisan opposition a breathing space to regroup their forces, establish common lines of action, and achieve program cohesion. Thus, when the government recovered in 1986 the opposition was much better prepared for a confrontation than it had been at the end of the 1970s. A decade later, the opposition had abandoned its defensive position and challenged the government to justify its actions and test the support of those who, in 1978 and 1980, may not have been free to dissent. The solidity of that support was to be tested in the congressional and presidential elections of 1989”56.

Para 1985, el total de la población chilena era de casi 12 millones57. En las Tablas 7 y 8, se observa que la de las ciudades chilenas rebasaba los 8 millones. Es decir dos tercios de la población en Chile de mitad de la década de 1980 era ya urbana .


Tabla 7: Población estimada en las ciudades principales de Chile. Diciembre 1985
Tabla 8. Cambios demográficos en Chile (1920-1960)

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